Pensamientos negativos antes de competir

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Pensamientos negativos antes de competir

demonios en la cabeza

Se acerca el momento. Un torrente de pensamientos revolotea por mi cabeza. Muchos de estos pensamientos son negativos. Hay dudas sobre mi capacidad para competir, sobre mis posibilidades de éxito, sobre si voy a ser capaz. Me entran sudores y náuseas. Tengo miedo, ganas de abandonar.

¿Te ha pasado alguna vez? ¿Es esto un signo de debilidad psicológica?

No necesariamente. En algunos casos esas dudas pueden ser motivadas por una falta de preparación (física, técnica o psicológica) de la cual se es consciente y que desemboca en una falta de confianza, pero en otros casos esas reacciones no son producto de una debilidad. Hay una razón por la que esto es un fenómeno relativamente habitual, incluso en deportistas con experiencia y debidamente preparados. Por ejemplo, en el siguiente vídeo tienes a un joven Mike Tyson, uno de los boxeadores más intimidantes y temidos de la historia, llorando y con pensamientos de abandono antes de un combate, a pesar de haberlos ganado todos con total autoridad hasta el momento:

Esas mismas sensaciones acompañaron a Tyson a lo largo de toda su carrera deportiva, pero era capaz de aplicar estrategias para revertir la situación y alcanzar un estado mental adecuado, tal y como él mismo explica aquí.

¿Por qué motivo ocurre esto? Para entenderlo debemos comprender cuál es el objetivo principal de nuestro organismo. El ser humano está diseñado para SOBREVIVIR. Las competiciones deportivas son una experiencia que nos lleva a situaciones que nos sacan de nuestra zona de seguridad o confort. ¿Qué necesidad tiene nuestro organismo de someterse a tal exigencia física y mental cuando su principal objetivo es el de sobrevivir?

El cerebro humano está formado por diferentes estructuras a nivel evolutivo (teoría del cerebro triuno). Es decir, hay estructuras más primitivas (cerebro reptiliano y cerebro límbico) y otras más desarrolladas (neocórtex). La función principal de los sistemas más primitivos es la de asegurar nuestra supervivencia, mientras que la parte más evolucionada lleva a cabo los procesos intelectuales superiores como por ejemplo el entendimiento, la planificación o el análisis.

Las estructuras cerebrales primitivas evalúan lo conocido como seguro y lo desconocido como peligroso para la supervivencia, de forma automática. La competición es un acontecimiento que nos puede llevar a situaciones desconocidas o que provoquen un sufrimiento físico, por lo que estas estructuras la interpretan como algo potencialmente peligroso. Por este motivo se desencadenan una serie de reacciones cognitivas y fisiológicas automáticas destinadas al alejamiento o huida de tal situación. La reacción emocional que caracteriza estos momentos es el miedo. El miedo tiene una función evolutiva que es la de asegurar nuestra supervivencia, por lo que la conducta relacionada con esta emoción es la de huir o retirarse del estímulo que el cerebro interpreta como amenazante.

En ese sentido, cuanto más riesgo incorpore la práctica de un deporte, más intensas pueden ser estas reacciones. Por ejemplo, los deportes de contacto, donde se pone en peligro la integridad física del deportista, tienen un mayor potencial para generar pensamientos negativos y estrés que otro tipo de deportes.

En definitiva, todos estos pensamientos y reacciones emocionales forman parte de un MECANISMO DE DEFENSA, con el objetivo de mantenernos alejados de una situación que escapa de nuestra zona de seguridad. (Entendí esto gracias a haber vivido la experiencia que cuento aquí).

Por lo tanto, si en alguna ocasión experimentamos estas reacciones, ello no es necesariamente indicativo de debilidad psicológica (aunque también puede serlo en parte), sino que se trata de un fenómeno inherente a la naturaleza humana.

¿Qué hacer en estos casos?

El primer paso para poder lidiar con esta situación es el de aceptarla. Es decir, entender la función evolutiva de las reacciones que estamos sufriendo y aceptarlas como parte de lo que nos caracteriza como seres humanos. Aceptarlo no significa resignarse. Al contrario, abre las puertas a desarrollar estrategias que nos lleven a una disposición mental más adecuada.

A partir de aquí, estas estrategias deberán implicar la parte emocional y/o racional del cerebro, con el objetivo de llegar a un estado mental en donde imperan las ganas de competir y la confianza (aquí analizo este estado mental óptimo).

Estos son algunos ejercicios prácticos que podemos hacer para conseguirlo:

  • Trabajo a nivel emocional mediante ejercicios de visualización y anclaje: el objetivo de este tipo de ejercicios es el de reproducir en el presente un estado emocional beneficioso vivido en el pasado durante la competición. De esa forma, el cerebro no asociará la competición como una experiencia amenazante sino como una experiencia que puede resultar placentera.
  • Las rutinas o rituales, es decir, la repetición de unas determinadas conductas antes de competir, son otro recurso que tenemos, en este caso de autosugestión, para enviar un mensaje de control y cotidianidad a nuestro sistema cognitivo.
  • Ejercicios de relajación y meditación: el objetivo de estas prácticas es el de situarnos en el presente sin que estos pensamientos y emociones nos dominen. Una mente que se encuentra en el presente no tiene pensamientos ni las reacciones emocionales asociadas a ellos.
  • Trabajo de autoimagen mediante el uso de afirmaciones (nivel racional). Estas pueden ser del tipo: “Ya lo he hecho otras veces”, “Sé que soy capaz, lo he demostrado”, “He entrenado bien cómo para poder hacerlo”, “Estoy preparado”, etc. (preferiblemente vamos a hablarnos en primera persona). Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la parte final del siguiente vídeo, en donde el gimnasta Gervasio Deferr pasa de un estado de descontrol emocional a un estado de confianza gracias a ese trabajo a nivel racional (“Lo has hecho 1 millón de veces. Hazlo 1 millón una”).

Aparte de las estrategias que he comentado, hay que tener en cuenta que cuantas más experiencias competitivas vivamos, más va a habituarse a ellas nuestro cerebro, por lo que estas experiencias cada vez van a ser interpretadas como algo menos peligroso para nuestro organismo y van a ir perdiendo su potencial estresor.

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